Por: Manolo Vargas.
Me desperté un domingo, el mismo que me recordaba mi tercer mes de estancia en la ciudad de Buenos Aires, para muchos, este 25 de Octubre tenía un tinte histórico. Había elecciones presidenciales y existía gran posibilidad que hubiera en la Argentina por primera ocasión ballotage o segunda vuelta electoral, un factor que se utiliza mucho en muchos países del sur aunque en pocas ocasiones se da el caso de realizarla.
Todo se centraba entre el candidato del partido del Frente Para la Victoria Daniel Scioli y el de la coalición CAMBIEMOS Mauricio Macri, era tan complicado entender esto, porque el primero luchaba para ganar la elección de manera avasallante y no tener que volver a enfrentar a su perseguidor y el otro buscaba una posible segunda oportunidad para desarrollarse en noviembre.
Era difícil encontrar una postura y mencionar que era peronista o conservador, era difícil decidir qué era lo que le convenía a la sociedad argentina, así que decidí esperar a que dieran las 12 del mediodía para bajar a hacer mis actividades de fin de semana.
Era la hora del almuerzo en la residencia donde me hospedo, dejamos de lado las votaciones, porque ese día también se venía un momento histórico, los Pumas, el seleccionado argentino de Rugby luchaba por el pase a la final de la Copa Mundial de Rugby al enfrentarse a Australia con la finalidad de mejorar su mejor papel en la historia, un tercer lugar en 2007.
Se escuchó la elegante instrumental del grito sagrado, todos giraron su silla hacia el único proyector que teníamos en el lugar para presenciar un deporte que por mucho, es dominado por los Pumas en el continente americano. Los extranjeros éramos fieles testigos de los sentimientos que producía un juego con constantes golpes y que poco a poco fue dándose en contra los sudamericanos.
Pero, ¿por qué decidir ser un Puma si la selección de futbol es la actual número uno del mundo?, ¿por qué si se habla de tener al mejor jugador de futbol del mundo, habría que apoyar a 15 jugadores que son poco o nada conocidos? Bueno, la respuesta está en eso mismo, la selección argentina de rugby trabaja como equipo, algo que incluso en las disciplinas donde se requiere de varios integrantes suele recaer el peso en unos cuantos y que se ha olvidado que la unión siempre hace la fuerza.
El pueblo argentino se dedicó fielmente durante una semana a ilusionarse con la posibilidad de mirarse en el último juego del torneo. A pesar que prácticamente estuvo los 80 minutos del juego, abajo del marcador, se dedicaron como es costumbre, a alentar a su nación en mencionada disciplina, a celebrar por poco que fuera, el acercamiento en el marcador, mismo que al final no le alcanzó y los llevó a resignarse en la búsqueda de luchar por un tercer puesto.
Fue ahí donde aún sin querer aprender, los Pumas me enseñaron que no necesitaba traer colores albicelestes desde la cuna para desear argentino. Porque entendí que siempre he sido fiel a mi idea, que un equipo no debe trabajar para que alguien luzca, aunque es evidente que puede darse el caso que se despunte del resto. No obstante de eso, la afición argentina y un servidor, quedamos satisfechos de la entrega, del esfuerzo, de la garra, e incluso de la pasión que desbordamos en cada try o cada penal que concretaron.
Yo, al igual que lo declaró el entrenador de los Pumas, Daniel Hourcade tengo el corazón lleno, es poco patriótico inclinarme hacia un equipo sólo porque mi país está en raíz cuando en Argentina ya es un árbol, sin embargo después de lo vivido en estas casi cinco semanas de torneo, ha sido lo más especial que me ha tocado vivir en el aspecto deportivo, en mi estancia como extranjero, aún sin disputarse el torneo en este país. No podría cambiar la elección del deporte que más amo, pero puedo decir que si tuviera que elegir una razón para dejar de ser mexicano y ser argentino, no sería para alabar a Messi o al Diego, no sería para ser hincha de River o de Boca, sería sólo para ser Puma.
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