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La promesa que rompió Neymar

“El futbol es una disciplina deportiva con posibilidades de convertirse en arte. Cuando eso se consigue, el deporte más popular del universo se melancoliza. Se hace más tímido. Pierde alguna de sus certezas. Adquiere miedos que el mercado no contempla. Se hace contradictorio y eso al dinero no le conviene. Para nada”.

Con ese párrafo empieza un texto titulado Aprendiendo a desear mejor de Jorge Eines, dramaturgo argentino, publicado hace un poco más de un año en la revista Líbero. El texto cuenta la historia de un supuesto pacto que realizaron Messi, Suárez y Neymar. La primera vez que lo leí me conmovió, ahora que lo he vuelto a hacer lo encontré devastador. Y es que tantas cosas pueden pasar en un año, las peores, incluso pueden arruinar un texto tan bello.

Eines dibuja el pasado de los tres jugadores de la siguiente manera:

Papá. Yo quiero jugar al futbol. Sólo eso.

Y jugarás hijo, claro que jugarás. Respondió su padre.

Con una pelota, unos amigos y un buen club son suficientes, pensó Messi.

Sé lo que piensas hijo y eso no lo es todo. Yo me encargaré de conseguir que cada jugada que tú inventes se convierta en el origen de una fortuna. Seremos los mejores jugando y los mejores ganando millones.

En alguna playa de Brasil a la hora en la que los turistas todavía permanecen en sus hoteles, un niño del país de Pelé acariciaba un balón y la arena al mismo tiempo. Se llama Neymar. Mantenía la pelota sin tocar el suelo durante horas y el mejor de sus amigos (su padre) juntaba monedas en un sombrero. Cuando acabó de contarlas se le ocurrió proponer un pacto. Tú jugarás y yo me ocupo del dinero. Seremos millonarios.

Las calles de Uruguay estaban vacías de coches. Por eso con la pelota en los pies se subía y bajaba de la acera una mezcla irrepetible de Schiafino y el Pepe Sacia. Se llamaba Luis y no paraba de hacerle goles a todas las porterías limitadas por dos adoquines.

Su pobreza no era total. Le quedaban cientos de goles por hacer.

Estos tres jugadores, ya lo sabemos, fueron responsables de las alegrías de los aficionados al Barcelona durante un tiempo. Su juego era tan espectacular que logró esconder la idea de que el Barça ya no jugaba con el mismo estilo que lo encumbró como uno de los mejores equipos de la historia. Nos olvidamos de la trascendencia que tuvo el mediocampo con Xavi, Iniesta y Busquets en la etapa de Pep Guardiola porque los delanteros no sólo daban una imagen de autosuficiencia, sino que le agregaban esa característica que a simple vista se percibe fácil pero es inconcebible: magia.

En el texto, Eines narra una supuesta reunión entre estos tres jugadores en la que firmaron una especie de pacto que dice:

“Los que juegan al futbol deben ganar dinero para poder jugar y poder vivir. Sin embargo, de ninguna manera deben jugar para ganar plata. El jugador no debe entender su tarea como un medio. El trabajo de jugar es en sí mismo lo más importante de su vida y no debe renunciar al sentido que el futbol da a su vida por una recompensa económica…”.

Las formas de la salida de Neymar del Barcelona dan a entender que la influencia de ese hombre que recogía las monedas en la playa, resultó más importante que ese pacto. Sea ficticio o no, el texto de Eines no deja de reflejar otra terrible verdad que expone: cuando un equipo lo ha ganado todo y lo único que puede hacer es igualar las mismas gestas, sólo le queda autodestruirse.

Lo más terrible del caso es que ese arte que melancoliza – lo escribo en presente porque tengo la esperanza de que todavía tenga las capacidades para hacerlo – y contradecía ha sucumbido ante el mercado, ese fenómeno inexplicable que sigue cambiando al futbol como lo conocimos. Y como a muchos otros fenómenos, es terrible voltearlo a ver y darnos cuenta que poco a poco deja de ser una novedad, algo que incluso podemos describir como un fenómeno, y pasa a ser algo tan cotidiano como celebrar un gol.

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Written by Miguel Lapuente

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