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Messi, el chico que no sabía patear tiros libres

Cuando llegó a la primera del Barcelona, no era ni por asomo el mejor ejecutante del equipo pero con el tiempo se volvió el as de la pelota parada. El secreto detrás de genio, al que no todo le vino del cielo

 

Van 77 minutos del encuentro entre Argentina y Panamá por la Copa América Centenario. El seleccionado que dirige Gerardo Martino gana 2 a 0. Lionel Messi está de espaldas al arco con el balón controlado y sin ninguna posibilidad concreta de convertir, o por lo menos eso creemos. Los jugadores panameños se lo sacan de encima a los empujones y arañazos. El árbitro cobra infracción a pocos metros del área grande. Un suicidio. Cometerle una falta a un equipo que tiene a Messi, a escasos metros del arco. Medio gol. Pero, ¿desde cuándo los tiros libres de Messi son medio gol? ¿Desde cuándo provocar una ejecución directa de Messi al arco es un suicidio? No desde siempre.

 

Cuando Messi hizo sus primeros pasos en el Barcelona no pateaba los tiros libres, lo hacía Ronaldinho. En la selección argentina tampoco los ejecutaba él, ya que Juan Román Riquelme era el encargado. Hoy, no dejarlo a Messi patear un tiro libre sería un delirio. Él nació sabiendo muchas cosas: con una gambeta infernal, un cambio de ritmo misterioso y una capacidad para resolver en espacios reducidos pocas veces vista. Pero no nació genio pateando tiros libres, se hizo genio.

Fernando Signorini, preparador físico de Argentina en la gestión de Diego Maradona, contó alguna vez cómo Messi se volvió el as de la pelota parada que es hoy: “Messi puso la pelota mirando hacia el arco, un poco sobre la izquierda y cuando le pegó, su remate se fue lejos, por arriba del ángulo de la mano derecha de Carrizo, el arquero. Él hizo un gesto de fastidio y, como enfiló para el vestuario, le salí al cruce: ‘Decime una cosa, ¿un jugador como vos se va a ir a duchar con esa porquería? Dejate de hinchar las bolas. Agarrá una pelota y volvé a intentar’. Termino de pronunciar eso y veo que viene Diego, que lo había escuchado todo, como siempre. Lo tomó del hombro y le dijo: ‘Leito, Leito, vení, papá. Vamos a hacerlo de vuelta’. Era como un profesor con un alumno. Y siguió: ‘Poné la pelota acá y escuchame bien: no le saques tan rápido el pie a la pelota porque si no ella no sabe lo que vos querés’. Entonces, la acarició con la zurda y la clavó en el ángulo, inflando la red ante la mirada de admiración de Messi. Para los que hablan de los celos de Diego, ¿qué celos? Le estaba abriendo el mundo del conocimiento y no le cobró nada. Yo pegué media vuelta y no quise ver más, ya era suficiente. Allí estaba el fútbol argentino”.

Maradona le pasó su legado de pateador inverosímil a Messi. Y el chico rosarino, al que los tiros libres le salían desviados, empezó a patear mejor. Luego se fue fogueando en Barcelona, club en el que Deco y Ronaldinho le hicieron de profesores. En los entrenamientos, Messi se quedaba después de hora con Tito Villanova practicando. Una y otra vez. La pelota, la barrera con hombres de plástico y el arco. La noche de Barcelona es testigo del inagotable esfuerzo que hizo Messi por ser el mejor de todos, en una categoría en la que sabía tanto como el resto de los mortales.

No todo fue un don de la naturaleza en Messi. No todo le vino del cielo a ese pibe. Ahí estuvieron Deco, Ronaldinho, Maradona y tantos otros más haciendo que ahora Lionel la pare, a los 77 minutos, mire el arco y la ponga donde él quiera.

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Written by Federico Racchi

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