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El central de ‘El Mejor equipo del mundo’

Conocí a Crispín a través de mis hermanos. Un hombre de mirada áspera, que cuando se combinaba con una sonrisa, su cara se asemejaba a la de un asesino. Era el defensa central de El Mejor Equipo del Mundo.

Era mujeriego, tenía tantos hijos como si el procrear fuera la muestra perfecta para evidenciar su experiencia en las canchas. Todos sus hijos asistían a sus partidos, uno que ya era lo suficientemente grande jugaba con él. Jugaba de lateral derecho. Eso quería decir que su padre cuidaba sus espaldas cuando éste decidía aventurarse – la mayoría de las veces infructuosamente – hacia los suburbios de la banda derecha.

Nadie sabía qué edad tenía Crispín, sólo sabían que en los ratos que no era el defensa central de El mejor equipo del mundo, jugaba en la Liga de Veteranos. Esa Liga donde señores en un estado físico deplorable, estoicamente se juegan lo último que les queda de meniscos, para no perder la ilusión que representa, aún a esa edad, vestirse de corto.

Era un defensa central confiable, y creo que ese adjetivo se queda corto, tenía velocidad, leía perfectamente bien las jugadas, su juego aéreo era impenetrable a la defensiva y letal a la ofensiva. Cuando su equipo estaba abajo en el marcador y los delanteros exhibían su perdurable borrachera a través de fallos increíbles, se convertía en un tercer delantero saliendo de la línea de fondo.

Crispín era amable y noble a partir del momento en el que te hacías su amigo, pero esa mirada de buscapleitos y la brusca manera de hablar nunca se le quitaba.

En unas vacaciones que fui a mi pueblo natal, mis hermanos me invitaron a jugar un partido en la Liga Premier de Teziutlán. El partido era importante, pero los trámites en esa liga no lo eran, jugué como si hubiera comenzado el torneo con todos los demás.

Antes de iniciar, me extrañó que Crispín no apareciera, era futbol rápido, pero en anteriores ocasiones Crispín también formaba parte de ese equipo, que tenía algunas incrustaciones de El mejor equipo del mundo.

Le pregunté a mi hermano si Crispín llegaría, nervioso por el porvenir de nuestra defensa sin su líder,  y simplemente negó con la cabeza sin decir una palabra y continuó abrochándose las agujetas con un cigarro entre sus dedos.

A mitad del primer tiempo comenzamos a recibir gritos que exigían de nosotros un mejor desempeño. Los gritos eran del Kaiser Crispín, en mi vida lo había oído gritar de esa manera. Aunque sus exclamaciones le hubieran parecido, a la mayoría de la gente, algo grosero, nosotros sabíamos qué quería decir el buen Crispín con su: “puta gordo culero, corre cabrón”.

Yo no estaba en mi mejor forma, la vista se me nublaba y estaba cometiendo muchas faltas, pedí el cambio. Cuando salí, Crispín me miró sin poner mucha atención, hizo una mueca de desaprobación y me dijo: “Pinche migue, cabrón. Si no fumaras y chuparas tanto serías un jugadorazo”. Fue en ese momento que me di cuenta que Crispín estaba pedo.

El tiempo pasó, mis visitas al San Diego Bernabéu (el nombre que le pusieron a la cancha donde jugaba El mejor equipo del mundo) se fueron postergando cada vez más y nunca tuve la oportunidad de devolverle el halago a Crispín.

No sé cuándo jugó su último partido, no sé qué lesión lo apartó. Lo volví a ver y no le pregunté, estaba jugando con uno de sus tantos hijos mientras comenzaba otro partido más de El mejor equipo del mundo. No le pregunté porque se veía feliz, parecía que lo había aceptado mejor que todo el equipo. Después de todo, pensé que no era oportuno preguntarle.

Creo que quería escribir algo sobre Cristiano Ronaldo y Messi, luego recordé una llamada telefónica al programa de radio donde participo, en una ocasión en donde hablábamos de las hazañas de el portugués y el argentino, en la que  el radioescucha aseguró que esos dos jugadores eran solamente dos productos de la mercadotecnia de hoy en día.

Entonces pensé: en tiempos donde la globalización nos brinda un ídolo nuevo cada temporada, por qué no hacer una introspección de nuestros orígenes futboleros y recordar que los ídolos se forjan en el barrio. Después escribí esto.

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Written by Miguel Lapuente

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