El Cruz Azul se ha convertido en un equipo con la capacidad de establecer los fracasos en una constante. Muchos equipos lo son, pero los hay que en su grandeza, una gran responsabilidad recae sobre ellos por la basta afición que tienen, sus títulos, los jugadores que han vestido sus colores, su insignia de club grande – aunque no ganen un carajo – .
En el libro Ida y vuelta de Martín Caparrrós y Juan Villoro, el argentino reflexiona: “ …el futbol es fracaso casi siempre. El futbol ofrece una moraleja que, por suerte, no solemos leer: el 98 por ciento de un partido consiste en intentonas: tentativas fracasadas de aproximación a la única meta decisiva. Una montaña de fracasos y, sin el futbol – pero no lo cuenten: si lo llega a descubrir un cura o un pastor o un novelista malo hacen un desastre. El futbol es fiasco, desengaño, cabezonería: todo para llegar al gol y el gol no llega”.
Está claro que el autor de Boquita enfoca su análisis en lo que representa un partido, pero no por eso se puede exentar del futbol en general. Los últimos 18 años, el Cruz Azul no ha dejado de intentar, incluso ha tenido años de una gran estabilidad en los torneos cortos haciéndose presente en lo alto de la tabla general; sin embargo, una vez que llega a instancias finales, pierde y, parece ser que ha perdido tantas veces que se ha perdido a si mismo.
No es lo mismo criticar a un Atlante o un Necaxa, equipos grandes, sin duda – por su historia, aunque tristemente no es reconocida por la mayoría de los aficionados actuales – que al equipo cementero por no ganar títulos. Déjenme me explico: equipos como los Potros de hierro y los Rayos sufrieron una descomposición años atrás que los ha llevado al borde de la desaparición. En los tiempos que estos eran todavía competitivos, el Cruz Azul ganaba una liga contra el León, su última. Pero la desidia y el abandonamiento de las empresas importantes que subsidiaban a los otrora participantes de la Primera División, los hundió en tiempo récord, porque en este sistema de torneos cortos no solamente se mueven más rápidos los períodos entre torneo y torneo, sino que también se acapara toda la memoria con una gran cantidad de jugadores fugaces, equipos sin continuidad y entrenadores que padecen la inercia del tiempo al no dar resultados inmediatos. Todo esto mientras los que controlan el balón desde el despacho parecen no saber que está pasando el tiempo.
En este ambiente deportivamente hostil, el Cruz Azul se había mantenido dignamente, sin títulos, pero con la capacidad de competir y de ser un equipo con personalidad; su integridad como institución estaba dañada por no levantar trofeos, pero su dignidad permanecía intacta al volverlo a intentar y llegar a instancias finales, y perder, y volver otra vez.
El problema reside en que los intereses parecen haber contaminado al equipo, no se sabe quién manda, los promotores o lo directivos, ¿por qué llegan al banquillo los entrenadores, por una planeación deportiva o intereses comerciales? Si la respuesta fuera por una cuestión deportiva, ésta no se apegaría a la lógica de comprar jugadores que lleguen con el torneo iniciado y sean vendidos en menos de seis meses. Los aficionados le exigen a los jugadores, y así debe de ser, pero no se puede perder de vista que ellos son el último eslabón de una cadena contaminada.
Es lógico que exista un brecha cada vez más distante entre aficionados y equipo. Ser fieles a una ingenua esperanza es parte del futbol, pero hasta en eso hay límites. El periodista León Krauze, fiel seguidor de la Máquina, subió un video a Internet antes de iniciar el torneo, explicando porqué ponía en pausa su apoyo al equipo: “Llegan momentos en donde uno tiene que considerar, sin duda, el tipo de entrega emocional que se tiene por algo…la directiva de Cruz Azul lleva muchos años ignorando a la afición…”. La pérdida de identidad que ha tenido el equipo se refleja en los aficionados, simplemente porque una de las razones más importantes por la que te haces de un equipo es la identidad. El equipo la ha perdido y la afición no tiene de donde agarrarse. Así es que el reto reside en la reposición de una identidad propia, que se encuentra dañada para los optimistas, perdida para los realistas.
En el mismo libro ya citado, Caparrós dice y con esto concluyo: “…hay algo muy fuerte en ese modo de sentirse parte, aliado con otros en busca de lo mismo. La sensación de armar algo más importante que uno en esa suma: la última tribu. Y, desde el punto de vista del espectador a punto de convertirse en hincha, es más fácil identificarse con un equipo que sigue siendo el mismo más allá de los cambios de hombres”.
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