El periodista y escritor Daniel Salinas Basave escribió un cuento que se puede leer en su Libro Días de whisky malo titulado: Dilema de zurdos y fachas. Es la historia de dos aficionados, uno de la Lazio – históricamente de derecha – y otro del Livorno – equipo de izquierda – , que van acercándose a través de la lectura de cada párrafo y en el proceso también se van apreciando las similitudes entre ellos. Al final de cuentas, sin banderas ni camisetas que exhiban las preferencias de cada uno, son capaces de fumar un cigarro juntos.
En un medio lleno de interpretaciones personales – y muy pocas veces sustanciales – , de nada se ha hablado de forma tan abstracta como de la violencia en el futbol. He ahí, quizá, la razón por la que las medidas para erradicar el problema nunca han sido las adecuadas. ¿De qué hablamos cuando hablamos de violencia en el futbol?
En Argentina, para el año 2000, investigadores académicos y sociólogos le habían presentado a las autoridades encargadas de erradicar el problema de la violencia en los estadios, trabajos de investigación sobre el tema. El sociólogo Pablo Alabarces escribió en su libro Héroes machos y patriotas sobre las investigaciones: “Allí afirmábamos que cuando el periodismo trabaja los problemas de violencia, lo hace regido por lo que Ford y Longo llaman la ‘lógica de casos’; el ‘problema’ asoma en la superficie de las primeras planas cada vez que se produce un ‘caso’ que lo reactualiza. Pero su tratamiento no excede los días en que el caso en cuestión se mantiene en la agenda, para luego desaparecer. Durante esos días, predomina la reproducción del discurso dominante, expuesto como sentido común; la ‘investigación’ se entiende como producción de datos (estadísticos o documentales), agregando normalmente una nota editorial focalizando y advirtiendo a la comunidad sobre los caminos a seguir. Sin embargo, el caso no remite nunca a contextos más amplios de argumentación y explicación; se cierra sobre sí mismo, agotando toda la exposición y el conocimiento posible en la pura narración del hecho. Cada muerto, desde 2000 para aquí, fue calificado por el periodismo como el que debía conducir a un debate definitivo, a una solución final (abusamos de la metáfora…). Una semana después, la noticia estaba tan fría como el cadáver: podíamos sentarnos a esperar el próximo muerto.
“Desde entonces hasta hoy, ese modo de narrar se mantiene inalterado, con notorias recurrencias del tratamiento a pesar de diferencias formales e ideológicas entre los distintos medios. En todos ellos el adjetivo dominante – transformado en sustantivo – es inadaptado: los supuestos responsables llamados los violentos, son colocados fuera de la normalidad social en el marco general (y tajante) de un nosotros (los buenos) versus ellos (los malvados y violentos). Asimismo, son sujetos animalizados: bestias, animales salvajes”.
El autor argentino asegura que en el análisis de este fenómeno poco se ha tomado en cuenta el fundamento básico de: “no hay acción sin causa y sin sentido”. Hemos tenido una discusión llena de lugares comunes y afirmaciones superficiales que por ignorancia nos ha atiborrado de conclusiones y acusaciones estériles para un problema tan grande. ¿Qué tan sesgado está hecho un análisis realizado desde los propios parámetros culturales y morales?
Por eso, Alabarces, nos invita a entender la lógica de la violencia en el futbol, una lógica que se le conoce en el ámbito como: aguante y que muchos han llamado, cultura del aguante, cuando en realidad deberíamos referirnos a ella como ética del aguante.
“Al construirse y reconocerse como lógica y como moralidad, el aguante no es una característica más simpática o más repudiable de los hinchas y las hinchadas: es un mandato moral que organiza las prácticas; y por eso insistimos tanto en esa idea de lógica de la práctica. Frente a cualquier suceso que los sujetos entiendan como pérdida del honor, como deshonra – que otra hinchada ‘camine’ el territorio propio; el robo de banderas; ampliamente, cualquier derrota deportiva; de manera especial, los descensos de categoría, para citar sólo algunas – , la lógica aguantadora reclama que ese honor sea vengado, que la herida sea lavada, exhibiendo más aguante. Pelearse, entonces, deja de ser una posibilidad: la lógica aguantadora la transforma una obligación…De ese modo, veremos que incluso las prácticas violentas se entienden como legítimas: es lo que hay que hacer si no se quiere ser tildado como puto”.
Entonces, antes de plantearnos la expulsión de las barras bravas de los estadios, es necesario comprender las condiciones y el contexto por el que están rodeadas y fundamentadas porque ese es el problema, no en sí su existencia. Y para empezar a tener esa discusión se debe dejar de argumentar las acusaciones con la celebración de un gol por parte de un delantero y hacer un esfuerzo para entender la paradoja presentada en el cuento de Daniel Salinas Basave: ¿cuál es la causa de que una simple camisa o bandera radicalice a dos personas a tal punto que no sólo sean incapaces de pedirse un cigarro, sino de matarse?
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