Los resultados de las diferentes generaciones Sub-17 se presentaron como una alegre sorpresa hace ya 10 años, cuando Giovani y Vela, apenas unos niños, conquistaban el primer Mundial juvenil en la historia del futbol mexicano. Lo extraño, en un país que suele emborracharse de triunfalismos absurdos y difícilmente se repone de la cruda, es que con aquella victoria, las secuelas han sido positivas, un título más en 2011 y un subcampeonato dos años después sustentan que el Tri ha pasado a ser una realidad en dicha categoría y, que se crece cuando está compuesto por jugadores de menor edad.
El problema es que lo que ya es una realidad en categorías infantiles, no puede establecerse como tal a nivel profesional. O tal vez sí, pero el problema está en el concepto de éxito y las pretenciosas expectativas que se les atañen a los jugadores. Ante los sorpresivos éxitos decidimos etiquetar a nuestros niños héroes como futuros salvadores del balompié nacional. Qué cosa tan injusta.
El pasado lunes, José Ramón Fernández de Quevedo escribió en su columna para La Afición que “Los triunfos de la Sub-17 son el mayor absurdo de los entrenadores mexicanos, que han convertido en talentosas generaciones de niños, en adolescentes problemáticos, juveniles sin desarrollo y profesionales tardíos, terminando su carrera como infantiles veteranos”.
Lo más importante de ese argumento es que está apegado a la realidad. Y podemos atribuirle el fracaso del proceso hacia el nivel profesional a muchos de los vicios del futbol mexicano, tan manoseados y reconocidos que ya aburren.
Por eso mismo, en este artículo quiero manifestar mi apreciación sobre otro factor determinante en esta problemática: el papel mesiánico que se le da a cada generación de juveniles que nos regala una alegría, sin tener la concepción de lo que conlleva la consolidación de una carrera a nivel profesional en un futbol como el mexicano.
Y me explico: cuando un futbol no tiene una identidad establecida en su liga, lugar donde se deben foguear los jugadores antes de llegar a la Selección, no se pueden pretender resultados distintos a los que se han obtenido. Si la identidad es el desorden, a veces surrealista, es ingenuo denominar como redentores a jóvenes que se encuentra a años luz de los vicios del profesionalismo.
“Si Pablo López, Kevin Magaña, Claudio Zamudio, Francisco Venegas o Ulises Torres al final no la arman no será culpa de los naturalizados, sino de Charles Darwin…Empachémonos hoy y ahora con su frescura, personalidad y gallardía. Celebremos sus éxitos como si fueran nuestros. Apoyémoslos, admirémoslos y deseémosles lo mejor. Pero no comentamos la imprudencia de exigirles que se hagan reales”, escribió Barak Fever en su columna.
Entonces, ¿Son absurdos?, no. pero aceptemos que para el futbol juvenil mexicano – que ya es una realidad – sigue siendo una utopía establecerse a nivel profesional. Porque de la otra forma seguiremos acumulando fracasos a partir de sus triunfos.
GIPHY App Key not set. Please check settings