“Daría todo el champagne que he tomado en mi vida por estar jugando un gran partido en Old Trafford al lado de Eric”, dijo George Best.
“Un artista es alguien que puede iluminar un cuarto oscuro. Nunca he podido, y nunca podré, diferenciar entre el pase de Pelé a Carlos Alberto en la final de la Copa del Mundo del 70, y la poesía del joven Rimbaud. En cada una de esas manifestaciones humanas hay una expresión de belleza, que nos conmueve y nos da un sentimiento de eternidad”. Para muchos, Eric Cantona es sólo aquel jugador que un día se volvió loco y le pegó una patada en el pecho a un hincha. Pero es mucho más que eso, no hace falta aclarar. Es uno de los futbolistas más lúcidos de la historia. Es la personificación de un saber popular: “Persista el loco en su locura y será un sabio”.
Cantona persistió en su locura. Todos los días. Persistió hasta convertirse en un sabio. Alguna vez incomprendido y hoy admirado, este francés con alma de británico y corazón latino jamás pasó desapercibido. Por su enorme talento y por sus siempre impredecibles actitudes, se ganó un lugar en la historia del fútbol. Porque una cosa no puede ir separada de la otra. La figura de Eric alcanzó la estatura que hoy tiene porque era un crack y también porque era un loco. Era capaz de dar un pase celestial y también de ahorcar a un rival. Así de amplio fue (es) su universo.
A la hora de hablar de alguien como él, dejan de tener importancia los títulos, los resultados y los goles. Porque su aporte supera todo eso. Lo incluye, por supuesto, pero también lo supera. Un partido con él en la cancha tenía un atractivo extra. Desde su debut en Francia hasta su retiro en Manchester, siempre dejó algo para comentar, analizar o disfrutar. Fue el hombre
que cambió la historia del United, el responsable de que ese equipo mediano con pocos momentos de gloria se convirtiera en uno de los gigantes del fútbol mundial. Sin Eric Cantona nada de lo que pasó en los últimos veinte años en Old Trafford habría sido posible.
Esa última sentencia alcanza para entender la relevancia de este futbolista. No sólo para el club donde es un Dios, sino para todo el fútbol europeo. El Rey llegó al trono porque supo entender una época, porque fue el primer futbolista moderno, porque supo manejar la fama y convertirla en algo beneficioso para él y para su equipo. Cantona se convirtió en un producto, pero no lo hizo sólo desde y por el negocio y el marketing. Lo hizo gracias a su lucidez para declarar y su talento para jugar. Y además tuvo la inteligencia para apartarse justo cuando iba a dejar de ser un deportista para convertirse sólo en una “mercadería”. Fue un pionero y marcó un camino que después se hizo más sinuoso. Porque no todos son Cantona.
El 16 de diciembre de 1991, Eric Cantona anunció su retiro del fútbol. Enojado con compañeros, entrenadores, hinchas y con toda la República francesa, tomó una decisión que estuvo a punto de arruinar la existencia de millones de ingleses. Tenía sólo 25 años de edad y ya estaba harto del fútbol profesional. Sin embargo, su psicoanalista le dio el consejo que cambiaría su destino: “Andá a jugar a Inglaterra”. Aquel fue el momento más importante de su carrera, el que le dio sentido a todos los problemas sufridos hasta ese día. Pocas veces en la vida de un hombre se puede ver con tal claridad el instante que cambia todo. Del otro lado del Canal de la Mancha, Eric encontró su lugar en el mundo.
“Juego al fútbol desde que empecé a caminar. Mis padres me contaron que apenas vi una pelota, quise jugar con ella. Es algo que está en mí… Quizás, el día en el que acaricié una pelota por primera vez, el sol brillaba, la gente era feliz y eso me hizo sentir bien. Durante toda mi vida he tratado de revivir ese momento”. Eric nació en Marsella en 1966, el año del único título mundial de Inglaterra. Se crió en el seno de una familia de clase trabajadora, formada por inmigrantes italianos y catalanes. Su primer club fue SO Caillolais, donde intentó seguir los pasos de su padre y jugó como arquero. Sin embargo, aquello no fue más que un simple acto de amor paternal, ya que su verdadero objetivo estaba en el arco rival, no en el propio. No tardó nada en cruzar la cancha y empezar a jugar como delantero.
Debutó como profesional en el Auxerre del legendario Guy Roux a los 18 años. Pocos meses después de su presentación, fue llamado al servicio militar. Cuando dejó la colimba, pasó a préstamo a Martigues, de la segunda división. Allí pudo demostrar mejor sus capacidades y en 1986 regresó a Auxerre para ya nunca más dejar la elite. Tuvo una gran temporada y fue convocado por primera vez a la Selección nacional. Ya todo el mundo hablaba de un joven con futuro de crack.
“Francia no merece a Auxerre. Inglaterra sí, sin dudas, pero Francia no”. Cantona es un francés renegado. Nació allí por un accidente, nunca tuvo un sentimiento nacionalista hacia esa tierra. En cambio, jamás escondió su anglofilia e incluso desde antes de jugar en Inglaterra se mostró como un admirador de ese pueblo y de ese fútbol. Lo único que supo rescatar de su país natal fue a su querido Auxerre y a Marsella, la ciudad más futbolera de Francia. Después de su retiro, afirmó que era más hincha de Inglaterra que de la Selección gala. Y en definitiva, en Gran Bretaña fue donde se convirtió en Rey.
Además de sus primeros goles y gambetas, en Francia también se vieron sus primeros conflictos con la autoridad, con los rivales y con sus propios compañeros. El arquero de Auxerre Bruno Martini fue víctima de su temperamento y se llevó un ojo morado en un entrenamiento. Fue el hecho que provocó que todos comenzaran a ver con otros ojos a la figura del equipo. Eric no era un muchacho sumiso y pasivo, era un transgresor y un rebelde capaz de empezar a las piñas contra cualquiera si así lo sentía.
La figura de Eric alcanzó la estatura que hoy tiene porque era un crack y también porque era un loco. Era capaz de dar un pase celestial y también de ahorcar a un rival. Así de amplio fue (es) su universo.
En la temporada 1987/88, le pegó una patada descomunal al jugador de Nantes Michel Der Zakarian y recibió una sanción de tres meses. Fue la primera vez que salió en la tapa de los diarios por una actitud violenta. Finalmente, la suspensión fue de sesenta días más la imposibilidad de ser convocado a la Selección. Cantona venía de ser una de las estrellas del equipo juvenil nacional campeón del torneo europeo sub 21 de 1988. En ese certamen, le marcó un triplete a su querida Inglaterra en los cuartos de final.
Su pase a Olympique Marsella fue un récord para el fútbol francés. El controvertido empresario Bernard Tapie pagó 22 millones de francos por el niño terrible de Auxerre. Los hinchas del club más popular de Francia no tardarían en comprender el porqué de la fama de su nueva figura. En septiembre de 1988, pocos meses después de la transferencia, el director técnico del Seleccionado, Henri Michel, decidió apartarlo del plantel. Entonces, Eric salió a hablar por televisión: “Michel es uno de los entrenadores más incompetentes del mundo. Es un saco de mierda. Mientras él sea el DT, no volveré a la Selección”. Por las dudas que se arrepintiera, lo suspendieron por año para partidos internacionales.
En Marsella no le fue bien. Nunca se entendió con el mundo que había formado Tapie alrededor del equipo y sufrió mucho más de lo que disfrutó. En un amistoso con Torpedo de Moscú, pateó la pelota hacia la tribuna y tiró su camiseta después de ser reemplazado por el DT Gerard Gili. Otro mes de sanción. Tras sólo una temporada en Marsella, fue cedido a préstamo a Bordeaux, donde sólo permaneció seis meses.
En Girondins vivió uno de los peores momentos de su vida. El equipo definía por penales el pase a 16avos de final de la Copa de Francia contra AS Beauvais, un club de la segunda división. A Cantona le tocó patear el último penal. Si lo convertía, su equipo avanzaba. Confiado en sí mismo como siempre, Eric la picó. Pero fue con tan poca fuerza que el arquero tuvo tiempo de
levantarse y controlar el disparo sin problemas.
Tras aquel papelón, fue transferido a Montpellier, donde se peleó con su compañero Jean-Claude Lemoult, al que le tiró los botines en la cara porque creyó que lo estaba criticando a sus espaldas. Seis de los integrantes del plantel pidieron que sea despedido, pero también tuvo el apoyo de otros, como Laurent Blanc y Carlos Valderrama. Se quedó, fue clave en el título de la Copa Francia y regresó a Marsella.
En esta segunda etapa en Olympique fue dirigido por Franz Beckenbauer, pero ni siquiera él pudo sacar lo mejor de Cantona. Estaba demasiado incómodo como para jugar como sabía y su forma de demostrarlo era discutiendo, peleando. Ganó el título de Liga en 1990/91, pero fue cedido a Nimes. En un partido, se enojó por una decisión del árbitro y le tiró la pelota en la cara. Otra vez al tribunal de disciplina. Lo suspendieron por cuatro partidos, pero él se paró delante de cada uno de los miembros del comité y les espetó: “idiota”. La sanción terminó siendo de dos meses. En ese momento decidió que ya no podía más y anunció su retiro. Tenía 25 años.
En 1991, Eric Cantona era más conocido por sus felonías que por su fútbol. Todos sabían que era un jugador extraordinario, pero también que no podía mantenerse quieto, que era incapaz de pensar sólo en el juego y eso iba en contra de su talento. “No podemos juzgarle como a cualquier otro jugador. Detrás de usted hay un rastro de olor a azufre. No podemos esperar nada”, le dijo alguna vez un dirigente. Desde su debut se mostró como un hombre conflictivo, enojado con el mundo. Como si el contexto atentara contra su persona. Por eso quiso retirarse. Pero una palabra lo salvó: Inglaterra. Su psicoanalista y el entrenador de la Selección francesa, un tal Michel Platini, lo sacaron del pozo y le mostraron un nuevo destino, el mejor para él.
Tras una fallida prueba en Sheffield Wednesday y una negativa por parte de Liverpool, fue contratado por Leeds United, que pagó menos de un millón de libras por su fichaje. El equipo de Yorkshire buscaba volver a la gloria de los años sesenta y Cantona llegaba para ayudar a cumplir ese objetivo. El aire inglés revitalizó la carrera del francés , que además disputó su único campeonato internacional con la Selección de Francia en aquella temporada: la Eurocopa 1992. A pesar de que no tenía las mismas ideas del DT Howard Wilkinson, fue muy importante en el primer título de Leeds en 18 años: “Veíamos el fútbol de manera distinta. Leeds jugaba a la antigua usanza, pelotazo y a correr. Aún así fue una etapa importante, porque aprendí mucho”. Esa actuación le sirvió para dar el salto de su vida: Manchester United.
Eric Cantona cambió al fútbol inglés y el fútbol inglés cambió a Eric Cantona. Se encontraron en momentos cruciales de sus existencias. El francés venía de varios conflictos, había estado a punto de retirarse y necesitaba un gran cambio para relanzar su carrera. La Liga inglesa había empezado a superar las tragedias de Hillsborough y Heysel y comenzaba a vivir la “era Premier League”. Cantona fue el primer extranjero que se convirtió en ídolo indiscutido en el fútbol británico. Fue quien inauguró una nueva era en el torneo más antiguo del planeta. Él le abrió la puerta a Henry, Bergkamp, Zola, Cristiano Ronaldo y Sergio Agüero. Sin Eric nada habría sido posible.
Claro que no fue todo maravilloso al principio. También tuvo que enfrentar algunos prejuicios, sobre todo por parte de los adversarios. Alguna hinchada rival le cantaba: “He’s gay, he’s French, he’s always on the bench”. A esto, él respondía: “¿Está bien que yo no diga nada sobre el racismo porque juego al fútbol? Algunos dicen que tenemos que aceptarlo como parte del juego. ¿Por qué? Para mí, es inaceptable en cualquier deporte”.
“Sentí muy mía la rebeldía y el vigor de la juventud de aquel lugar. Puede que el tiempo nos separe, pero nadie negará que, en Manchester, al otro lado de puertas y ventanas, palpita la locura y el amor por el fútbol, por las fiestas y por la música”. Apenas pisó la ciudad, Eric se sintió en casa, quizás por primera vez en su vida. Fue amor a primera vista, por más cursi que
parezca. En la presentación oficial se puede ver todo lo que cambió el club desde aquel día. Las tribunas de Old Trafford, bajas y humildes, lo explican. Ese United no era el que es hoy, porque fue Cantona quien hizo posible que el gigante sea un gigante.
Manchester United llevaba 25 años sin ganar la Liga. Sir Alex Ferguson había llegado en 1986 al club y todavía no había podido obtener el título más importante. El arribo de Cantona fue suficiente para quebrar ese maleficio. No ganó una, sino cuatro Premier Leagues. En todas fue determinante. Dejó de sólo pelearse y empezó a jugar. En Inglaterra podía respirar, se sentía querido y apoyado para desplegar su categoría. Nunca dejó de expresarse y de demostrar su carácter, pero su fútbol superaba todo. Por eso se convirtió en el máximo ídolo de la historia del United. Jugó sólo cinco años, pero le alcanzó para dejar una huella imborrable.
“¿Está bien que yo no diga nada sobre el racismo porque juego al fútbol? Algunos dicen que tenemos que aceptarlo como parte del juego. ¿Por qué? Para mí, es inaceptable en cualquier deporte”.
Ferguson también fue muy importante en su cambio. Él moldeó su carácter para que no interfiriera en su juego. Y Eric lo agradeció cada vez que tuvo la oportunidad: “En Inglaterra, algunos entrenadores no dan el ejemplo. Están gordos y beben cerveza. Él era el entrenador perfecto. Le obsesionaba lo que teníamos que hacer en los entrenamientos, qué bebíamos y cuánto dormíamos”.
“We’ll drink a drink a drink to Eric the King, the King, the King. He’s the leader of our football team. He’s the greatest centre forward that the world has ever seen”, cantaba Old Trafford para saludar a su Rey. La sola presencia del Siete ya era diferente a la del resto, pero como para acentuar su importancia, Eric jugaba con el cuello de su camiseta levantada. Esa fue su marca personal en el United. Nadie lo había hecho antes y nadie lo volverá a hacer jamás.
En enero de 1995, Cantona ya era un ídolo incuestionable. Sus acciones estaban más allá del bien y del mal. Ya era Dios. Por eso, no hace falta adjetivar acerca de lo que sucedió aquel día. Iban 3 minutos del segundo tiempo del partido contra Crystal Palace en Selhurst Park cuando el Siete del United cometió una dura infracción contra el arquero Richard Shaw. Por supuesto, fue expulsado. Cuando se retiraba del campo de juego, un hincha local que bajó varios escalones hasta el borde de la cancha, comenzó a insultarlo con vehemencia. “Volvete a Francia con tu puta madre”, le dijo entre otros piropos. Entonces, Eric tomó carrera yle pegó una patada voladora espeluznante al puteador. Como si no fuera suficiente, después intentó pegarle una piña, pero fue detenido por su compañero Peter Schmeichel, quien lo acompañó al túnel. Fue la agresión más impresionante de la historia del fútbol inglés.
El simpatizante del Palace se llama Matthew Simmons, estaba vinculado a la extrema derecha y tenía veinte años cuando ocurrió el hecho. Se convirtió en una celebridad, porque aquella situación pasó a formar parte de la cultura popular inglesa de manera automática. El futbolista recibió una sanción de nueve meses, una multa económica y dos semanas de prisión -fueron sustituidas por 120 horas de servicios comunitarios-. A pesar de las críticas de todos los sectores, Cantona jamás se mostró arrepentido ni mucho menos. Sus primeras palabras tras la patada fueron: “Pido perdón a todos, al Manchester United, a mis compañeros de equipo, a los fans, a la Federación… y también quiero disculparme con la prostituta que compartió mi cama la tarde pasada”. Esas declaraciones le valieron una nueva multa, esta vez por parte del club.
Durante su ausencia obligada de las canchas, su palabra fue la más buscada por los medios británicos. Lo llamaron una, cien, mil veces. Él siempre se negaba a hablar. Hasta que un día llamó a una conferencia de prensa. Se sentó y dijo: “Cuando las gaviotas siguen al pesquero, es porque piensan que va a tirar sardinas al mar. Muchas gracias”. Y se fue. Filósofos, pensadores, opinólogos y charlatanes de todo tipo se dedicaron a intentar descifrar qué quiso decir Cantona con esa frase. No pudieron. El propio Eric derribó el misterio tiempo después: “Esas palabras no significaban nada. Había mucha presión y quería aligerarla un poco. Sabía que todo el mundo se pondría a analizar lo que había dicho. Había que estar allí en mi lugar para ver la incomprensión en todas las caras que tenía delante”.
Tras la sanción, el ídolo del United sumó una gran cantidad de apoyos, sobre todo por parte de asociaciones de hinchas anti-fascistas, que siempre fueron muy cercanas a su ideología y forma de entender la vida. El hecho de que su abuelo haya luchado contra los franquistas en la Guerra civil española ya había despertado la simpatía de muchos militantes de izquierda y sus diversas actitudes anti-sistema terminaron de acercarlo al “zurdaje” inglés. También fue saludado por Vinnie Jones, colega en todo el sentido de la palabra: “Eric ha hecho lo que a muchos nos gustaría hacer”. Uno de los grupos que más lo respaldó fue Red Action, una agrupación anti-fascista con amplia presencia en Manchester. Tras su retiro, Cantona le puso su voz a una gran cantidad de reclamos populares, entre los que se destacan la lucha de los homeless en Francia y la causa palestina.
Retornó a las canchas en un clásico contra Liverpool con una asistencia y un gol de penal. En la temporada 1996/97 fue designado capitán del equipo tras la salida de Steve Bruce y volvió a coronarse campeón. Fue su último año como jugador profesional. Ganó todas las Ligas que jugó con el United excepto la de la suspensión. Se retiró a los 30 años de edad, campeón. “Dejé de jugar al fútbol porque ya había hecho todo lo que tenía que hacer. Necesitaba algo que me ilusionara tanto como me había ilusionado el fútbol”. En el United algunos dirigentes querían empezar a utilizarlo como un producto marquetinero y él decidió dejar de jugar antes de convertirse en eso.
Entonces, se dedicó a la actuación. Participó de varias películas, entre las que se destacan algunas de bajo presupuesto, en las que actuó más para apoyar a la industria que para ganar dinero. A pesar de su relativo éxito en la pantalla grande, sólo hablaremos de un filme, el que mejor retrata todo lo que significa su figura: “Looking for Eric” (Aquí lo tienen completo, en inglés). Él lo protagonizó y lo produjo. Él fue a buscar al director Ken Loach, un fanático del fútbol como todos los que disfrutaron de la historia. Es una película de fútbol y de amistad. Cantona hace de Cantona y deja frases para el recuerdo, como aquella que se convirtió en tatuaje: “Yo no soy un hombre, soy Eric Cantona”.
En la película, el protagonista le pregunta cuál fue su mejor momento en el fútbol. Él responde que no fue un gol, que fue un pase. A Dennis Irwin, contra Tottenham. Tres dedos, de primera y picándola. Un pase celestial. ¿Qué pasaba si lo erraba? interroga su interlocutor. “Siempre tenés que confiar en tus compañeros. Siempre. Si no, estamos perdidos”. De eso va la película. Indispensable para todo amante del fútbol. Fue su mejor actuación, pero no la única. Hizo de boxeador, de desempleado, de Monsieur de Foix y sigue filmando.
Eric Cantona continuó la dinastía de número Sietes del United iniciada por el inmenso George Best. La relación entre ambos siempre fue de mutua admiración. “Daría todo el champagne que he tomado en mi vida por estar jugando un gran partido en Old Trafford al lado de Eric”, dijo alguna vez Best. Y no hace falta aclarar que todo el champagne de su vida es demasiado champagne. Cantona respondió tras la muerte de George: “Después de su primer entrenamiento en el cielo, George Best, en el extremo derecho que tanto le gustaba, consiguió la admiración de Dios, que jugaba de lateral izquierdo. Me gustaría que me reservara un lugar en su equipo; quiero decir George Best, no Dios”.
“Nunca me he movido por dinero. Habría jugado sin cobrar nada. Habría pagado por jugar en Wembley”. En su caso, estas no son palabras vacías, son una declaración de principios que Eric Cantona honró durante su carrera. Además, son una muestra más de su enorme lucidez a la hora de sentarse frente a los micrófonos, como esta frase: “Si solo tenés una pasión en la vida -el fútbol- y la practicás al punto de excluir todo lo demás de tu vida, se vuelve algo muy peligroso. Cuando dejás de hacer esta actividad, es como morir. La muerte de esa actividad, es la muerte en en sí misma”.
“Daría todo el champagne que he tomado en mi vida por estar jugando un gran partido en Old Trafford al lado de Eric”, dijo George Best.
Quienes disfrutaron de su fútbol, no pueden dejar de verlo como un fenómeno, como un jugador especial, diferente. Como un delantero certero, como un mediocampista fino, como un definidor implacable, como un asistidor genial. Eso es Eric Cantona antes que cualquier otra cosa. Pero también fue el primer futbolista en convertirse en estrella de avisos publicitarios. Fue el protagonista de varias campañas de Nike y otras marcas europeas. Miles de pibes en todo el mundo lo imitaron. En definitiva, es un gran espejo en el que mirarse.
También se dedicó al fútbol-playa y hasta amagó con ir por un cargo político. Fue jugador y entrenador de la Selección francesa de beach-soccer, con la que se coronó campeón del mundo junto a su hermano Joel. En la arena también desplegó todo su talento. Fue una de sus maneras de seguir cerca de la pelota. Como también lo fue su trabajo en el proyecto del nuevo New York Cosmos, del que fue director deportivo. Llegó a la gran manzana porque lo atrajo la relación entre fútbol y arte que se podía dar en esa ciudad y también por la historia del club en el que jugó Pelé. Luego, se fue tras conflictos con los propietarios.
“Jugué 45 partidos con Francia y me dieron 90 camisetas, pero no tengo ninguna. No quiero ser prisionero de mi pasado. Quiero ser libre y pensar en el futuro”. “No estudié, viví. Hay cosas que no podés estudiar; la vida te las enseña. No las encontrás en un libro. He leído mucho de Socratés en la página 3 del sol”. A Eric Cantona le decimos loco porque se sale de la media, porque es mejor que la mayoría de sus colegas. Es un loco por sus reacciones violentas y por su temperamento, pero también porque supo conjugar como nadie el talento dentro de la cancha con la lucidez fuera.
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