Por Leonardo Romero
Ezequiel llega cansado del trabajo. Apoya su mochila sobre el sillón y la bolsa de la comida la deja sobre la mesa. Prende el televisor. Pone un canal de deportes y se encuentra con un partido de fútbol. Está empezado, faltan 10 minutos y el equipo visitante acaba de empatar con un golazo de tiro libre del 10. En la transmisión pasan la repetición del gol y la falta que recibió el enganche del equipo por parte del número 2 y que le valió una amarilla al defensor. No es hincha de ninguno de los dos, pero lo deja para relajarse, ya que parece que se va a poner emocionante. Ezequiel saca el paquete de la comida y la lata de gaseosa. Desarma la envoltura de papel y emerge de adentro el olor a hamburguesa con papas fritas que te hace suspirar. Eze sonríe al escuchar el ruido que hace la lata cuando la destapa. Con ambas manos se lleva a la boca la hamburguesa y le da un buen bocado. Traga después de masticar un par de veces y le da un sorbo largo a la lata.
El equipo que empató recién está motivado y sigue yendo al ataque para ganarlo. Entre el amor propio y lo que pueda generar su volante creativo. El conjunto local se repliega y espera para salir de contra. Para eso el técnico lo puso al chiquitito que juega de media punta. El número 20, que es ligero, habilidoso y que desborda para tirar el centro al Tanque que juega de 9.
De repente, el 10 del equipo recibe otra falta del 2, que se gana la segunda amonestación y la correspondiente expulsión. El defensor no se quiere ir y le discute cara a cara al árbitro; intenta dilatar el tiempo para que no se ejecute el tiro libre en la medialuna del área. El 10 espera parado de costado y con la pelota bajo el brazo.
El 2 se va caminando despacio y los rivales lo empujan del hombro para que se apure. El juez del encuentro interviene y lo lleva del brazo para acelerar su salida. El jugador expulsado se suelta con gesto de disgusto y se va trotando.
El 10 apoya la pelota en el césped y toma carrera. Se seca la transpiración del rostro mientras espera la orden del árbitro; que reacomoda la barrera porque los jugadores se adelantan. La posición de tiro es muy parecida a la del gol del empate y por eso hay expectativa, ya que el ejecutor es el mismo.
El encargado de impartir justicia pita y el enganche del equipo acaricia la pelota, que supera la barrera sin problemas. El relator se enloquece con el arquero que la atrapa justo en el ángulo. Eze reacciona al unísono con la hinchada exclamando un “¡Uh!”. Le da el último sorbo a la bebida y se pone de pie.
El arquero lanza de volea y encuentra al rapidito que entró recién. El número 20 acomoda la pelota en un solo movimiento para avanzar y tomar velocidad por la izquierda; el 4 de ellos lo sigue desesperado. Se tira al suelo y el atacante logra puntear la pelota antes de esquivar la pierna con un salto. El arquero se apura para salir a achicar y la vaselina que hace el delantero lo agarra a mitad de camino. El atacante sale corriendo con los brazos abiertos para festejar pero tiene que tomarse la cabeza porque la pelota rebota en el travesaño. El arquero reacciona pero se le escapa de las manos y el balón vuelve hacia el arco.
Tu vejiga de Ezequiel le está pidiendo auxilio pero la emoción no lo deja despegarse frente al televisor. No quiere perderse nada del partido.
De la nada aparece un defensor y lanzándose con una pirueta despeja la pelota hacia la mitad de la cancha. En el centro del campo un mediocampista se prepara para recibir el despeje de su compañero y el Tanque lo anticipa recepcionando con el pecho. Cuando cruza el círculo central, patea al arco y el portero retrocede para mandarla al corner de un manotazo.
El 20 cruza el ancho de la cancha para patear el tiro de esquina. El arquero del equipo local también se acerca al área para intentar anotar el gol del triunfo. La gloria que busca todo jugador. Darle la victoria a su equipo sobre la hora. La ejecución de la pelota parada se demora porque el juez tiene que advertir a los jugadores que no se agarren.
Viene el centro y la pelota rebota entre cabezas y espaldas; hasta que le queda servida al arquero atacante que sólo atina a puntearla con el empeine derecho. Se toma el rostro mirando hacia el cielo porque la pelota rebota en la nuca de un jugador que justo en ese momento cae. El arquero visitante se abalanza para atrapar el balón y casi pierde la mano porque un defensor despeja con un derechazo en ese mismo momento. El volante por derecha toma la pelota y descarga rápido al medio para el 10, que amaga con el cuerpo para gambetear a un defensor y dejar parado a otro con un autopase.
Llega a la puerta del área y se encuentra con dos defensores más que lo esperan. Sin mirar, decide dar un pase hacia la izquierda para que llegue el 3 a toda carrera y defina cruzado ante un arquero que hace “la de Dios”. La pelota pasa pegada al palo del lado de afuera. El 3 se arrodilla, se tapa la cara con la camiseta y se deja caer. Final del partido.
“Cómo juega el 10, mamita querida. Qué futuro. Cuánta visión de juego. Eso que acaba de hacer en Rugby se llama jugar sobre el ciego, una maravilla” dice el comentarista.
Eze va rápido al baño mientras escucha la tele de fondo. “Hemos visto un gran partido de fútbol” dice el relator de fútbol y asiente con la cabeza sonriendo con los ojos cerrados.