El camino del futbol profesional nos ha llevado a un tiempo donde las cifras estratosféricas por los fichajes de jugadores no son algo inusual, anecdótico, un capricho de un presidente que pretende ganar el voto de sus electores trayendo a la estrella del momento. Son una realidad envuelta en un debate entre la sensatez del escepticismo y el morbo sensacionalista del aficionado.
La globalización y mercantilización del futbol han causado que verano tras verano seamos testigos de “culebrones”, negociaciones incomprensibles en otros tiempos, en las que no se toman en cuenta solamente el valor futbolístico del jugador, sino también su valor como marca y proyección como vendedor de camisetas, no tanto como deportista.
En este fenómeno también entra la astucia de los equipos medianos y pequeños que han aprendido a lucrar de forma más que significativa con el talento de sus jugadores y con la desfachatez convertida en derroche que muchos catalogan como necesidad por la incapacidad de aceptar la falta de una planeación deportiva, de los clubes poderosos, capaces de pagar 120, 100 o 90 millones por un jugador de futbol.
Esto también ha causado una segregación en el futbol: los equipos de élite sólo se juntan en la vista de la mayor parte de los aficionados con los medianos y pequeños para derrotarlos o para ser derrotados por sorpresa, abriendo una brecha momentánea en la que el inferior sea adorado de forma efímera y superficial por el esnobismo que nunca deja de rodear a este deporte.
Casos como el del Leicester, Borussia Dortmund, Sevilla, Éibar, entre otros, contrastan y son devorados con el fenómeno del “petrodólar” y poderío económico de otros equipos que proviene de patrocinios de empresas transnacionales que ven en el futbol un aparador para posicionar su marca. El futbol – no es por romántico – ha perdido competitividad a raíz de las diferencias económicas y ha establecido una monotonía que causa quejas en la incongruencia de los aficionados.
Pogba e Higuaín, por ser los casos más actuales, podrán – o no – en un futuro convertirse en un fraude y se les recordará en una nota que se titule: “los fichajes más decepcionantes de…” mientras que otras promesas ascendentes negocien un fichaje por cifras que seguirán en aumento. Esa es la tendencia. Triste tendencia de un deporte que se banaliza con las discusiones que se derivan de estas negociaciones, cada vez más irreales.
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