Por: Manolo Vargas.
Con el paso del tiempo aprendí que es difícil saber lo que anhela un deportista cuando tiene la oportunidad de convertirse en profesional. Más aún, saber si lo llega a realizar o se queda en un sueño.
Lo admito, me volví seguidor de Racing por motivos diferentes a los que hoy me animan escribir esto, sin embargo no dudé en hacerlo después de escuchar lo mucho que te aclama la gente cada vez que sales a la cancha.
Debutaste en el denominado “Primer Grande de América” mientras tu hermano Gabriel lo hizo en Independiente, el más odiado rival. Los caminos de la vida son así, a veces se encargan de alejarte tanto de personas queridas, aun perteneciendo a equipos que se dividen por una cuadra. Posiblemente tus padres sufrían sus enfrentamientos, pero la provincia de Avellaneda lo disfrutaba.
A pesar de tu juventud, fuiste parte fundamental del equipo que detuvo la sequía de 35 años sin un campeonato de torneo local, ese 2001 La Academia estalló en el cilíndro y sabía que dentro de poco tendría que decirte adiós para emigrar a un futbol más competitivo, hacia el viejo continente.
Llegaste a Génova, la ciudad que vio nacer a Colón para iniciar tu conquista en Europa, no llegaste con grandes carteles, incluso iniciaste jugando en la B. Te tocó picar piedra y trabajar duro, los ascendiste dentro de la cancha aunque se quedaron abajo por lo administrativo. Tu alto nivel de juego era evidente, tanto así que emigraste a la primera de España para suplir a un tal David Villa.
El Zaragoza tuvo uno de tus mejores momentos como futbolista, quizás fue porque tuviste la oportunidad de jugar con quien siempre lo soñaste, con tu hermano. Tuviste una primera temporada impresionante, incluso te diste el lujo de meterle cuatro goles al Real Madrid en un partido, momentos para recordar.
Con todo y tu efectiva cuota goleadora no fuiste al mundial de Alemania 2006, tuviste que ver a tu hermano defendiendo la camiseta de tu país desde la televisión. Debió haber sido un duro golpe, son contados los hermanos que juegan en una selección, ni se diga juntos y casi imposible que se dé en un mundial.
Después de unos años, nuevamente te separaste de tu hermano, él tuvo la oportunidad de llegar al Barcelona donde lo ganó todo a nivel clubes dirigido por Pep Guardiola orquestado en el mediocampo por Xavi e Iniesta, esa que convertía en realidad la figura de Lionel Messi, mientras tu carrera retornaba al modesto Génova que había recién ascendido.
Mantuviste tu nivel y eso te llevó a un grande de Italia, el Inter supo valorarte y te dio la oportunidad de brillar, aun cuando te llenaron de estrellas. Te dirigió uno de los técnicos más controversiales del mundo, quizás el que ha ganado más a cambio de tantas peleas dentro del vestidor. Tuviste paciencia y fuiste obstinado con lo que deseabas sin olvidar que trabajabas para el equipo, ahí recayó el éxito de tu carrera.
Jugabas entre futbolistas que eran reconocidos por jugar con su selección, mientras que para ti eran escasas las oportunidades de participar con tu país. Sin embargo te aferraste a ese espacio que quedaba para entrar a la albiceleste.
Aún te recuerdo, jugando en ese Inter ultra sudamericano acompañado de tus compatriotas Walter Samuel, el pupi Zanetti y el cuchu Cambiasso. Tenías de compañero a Samuel Eto’o y dejaste sentado a la joven promesa de ese entonces, Mario Balotelli.
No tengo palabras para describir esa noche que jugaste en el Bernabéu, le propinaste ese primer descalabro a esa generación del Bayern Munich que empezaba a inspirarse para salir a devorar Europa. Te recuerdo no sólo como la figura de ese 22 de mayo de 2010, sino como el depredador que salió a destrozar la defensa bávara, eres de los pocos argentinos que han vengado derrotas ante los alemanes.
Esa noche te vi corriendo como un niño perseguido por tres defensores tras una extraordinaria pared con Wesley Sneijder, en otra acción, te vi rompiendo la cadera de van Buyten, ambas te perfilaron para posteriormente perforar el arco del gigante de Alemania, eso no sólo le dio grandeza al Inter en Europa tras 45 años, también te permitió entrar al llamado final de Maradona al mundial de Sudáfrica.
Llegaste con la albi a tierras africanas, no obstante tu participación se veía prácticamente imposible con jugadores ya consolidados y tú pasando los 30 años. Sin embargo fuiste, con las mínimas oportunidades y las constantes luchas que debe hacer un jugador argentino para tener un llamado a la selección, estuviste en un mundial.
Terminaste tu paso por Europa, volviste a Avellaneda con el club que te vio nacer, volviste como lo hacen muy pocos, aquellos que dejan de lado todo lo que desean para darle alegría al corazón de muchos aficionados que se despiertan orgullosos de pertenecer a algo donde se sienten triunfadores. Volviste para hacerlo nuevamente lo hiciste campeón.
A tus 36, desconozco si te duelen las rodillas o los pies, desconozco si alguna lesión puede provocar un retiro como se lo provocó a tu hermano. Porque desde que iniciaste a jugar, lo hiciste con el corazón, lo hiciste con un sentimiento a La Academia que en esta época muy pocos hacen a sus clubes.
Podré desconocer muchas situaciones que pasaste Diego, pero hay cosas que sí conozco. Sé las razones por las que te apodaron el Príncipe en Italia, sé que eres de los pocos que tiene una “Guardia Imperial” a sus pies cada vez que tocas el balón, y ahora entiendo porque te corean con el “No se va, Milito no se va” pero principalmente entiendo por qué dicen que “Milito hay uno solo”.
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