Barrio Bravo Chile
El equipo de Bielsa intentaba un camino diferente, pero bien poco puede importar eso si no se tiene gol. Buscar, protagonizar, presionar en la garganta del rival, sí, todo eso entusiasma y, por esos días, popularmente comprometía. Pero, ¿y el gol?, en el fútbol esa es la única palabra que no tiene matices. Digan tácticas, esquemas, líneas; todo eso es silencio cuando la garganta suelta un gol. Y ese gol del Chupete… ¡pero qué golazo hizo esa noche el Chupete!… Ya no quedaba nada, ¡¡era la última!! Y de afuera del área sacó el derechazo cruzado, con el tiempo en la espalda y todo chile en esa pata. Hay goles que doblan la garganta, de esos que el cuerpo promete nunca pero nunca olvidar; ese gol de último respiro en Puerto la Cruz es uno de esos gritos que hacen patria de recuerdo.
Venezuela llegó agrandada, con empate en el Centenario encima y el mismo puntaje que Chile. Rival directo. La selección chilena, por su parte, todavía se hallaba en rodaje. La confianza de los hinchas en el proceso era alta, como hace muchos años no pasaba, además, entusiasmaba de sobremanera el perfil ofensivo del loco Bielsa. Después de dos mundiales por la tele, Sudáfrica exprimía obsesión. Pero hasta ahí los resultados no eran muy distintos de lo habitual. Y la soga de dificultad se exponía claramente en ese juego: Chile, acostumbrado a ganarle a la vinotinto, se medía contra un rival que desbordaba confianza y al que Farías, su técnico, llamaba como “la generación que nos llevará a nuestra primera copa del mundo”.
Humberto Suazo era el nueve chileno y la figura que simbolizaba el definitivo recambio de la Roja. En un conjunto plagado de jóvenes, a sus 27 años, el pelado de San Antonio se erguía como un nuevo referente. No obstante, el goleador que quemaba redes por el Monterrey, en cinco fechas registraba apenas un gol, por lo que las críticas a su desempeño ya comenzaban a oírse. Incluso algunos señalaban con mordacidad que estaba “grueso”. Suazo, igualmente, se mostraba tranquilo. En sus declaraciones afirmaba que el equipo creaba chances, que eso era lo importante y que solo era cosa de tiempo. Quién más que él podría confiar en el tiempo sí estuvo a segundos del destino de no ir más allá de su barrio. E hizo la ruta larga, esa que empieza cuando el resto encasilla a un adolescente confundido con el fácil subtítulo de “cuánto talento desperdiciado”.
Suazo de chico se sabía bueno, o para ser más preciso, se reconocía extraordinario, dando cancha tiro y lado en cualquier pichanga brava. Pero el juego se hizo pega, y envuelto en órdenes y reglas, apareció la rebeldía. De pronto esa promesa de la que se hablaba en Universidad Católica, había desaparecido. Lo que nunca desapareció fue su gusto por la pelota, y esa capacidad innata que tenía para de un chimbazo cambiarlo todo. Suazo perseguía el gol desde cualquier lado, y de repente ¡pam!: golazo. Lo recomenzó todo desde abajo, en el potrero vivo, a su propio ritmo, madurando a punta de ducha helá. Recién con 23 años pisó cancha en primera. Sin embargo, más allá de atestiguar en su propia historia que cada persona tiene su minuto, también comprendía que el momento de un nueve siempre es ahora, y que Chile el triunfo lo necesitaba para comenzar, de una buena vez, a solidificar la idea que como grupo sentían tan propia. ¡Salir a atacar los volvía locos! ¡Así querían jugar! Sí, necesitaba embocar, se sentía desesperado por marcar un tanto más con la selección.
Se jugaban los descuentos. Los 40 mil venezolanos resistían con sus once jugadores las embestidas de la Roja. La humedad secaba la lengua, la lluvia iba y venía, el césped se mezclaba con pozas y fango. El empate a dos no parecía un mal negocio visto el nuevo estatus del local, más habiendo ganado días antes un partido durísimo y extenuante con Bolivia en La Paz. Pero, no, la selección chilena iba irrefrenablemente a buscar un triunfo que se merecía y que pareció sentenciado luego del gol de Jara. Mas, una chambonada del Chupalla Fuentes dejó solo a Arango a los 79 y nuevamente todo en tablas. Bielsa, exasperado, caminaba de un lado para el otro; vociferaba indicaciones, gesticulaba, puteaba, se quedaba sin aire. ¡Es que no era para empatar! Y Venezuela, arrinconado, simplemente punteaba para arriba, sacándose de encima el compromiso. Humberto Suazo, que había convertido de penal el 1-1, rondaba el área, con los ojos bien abiertos, aunque siempre con una marca encima. Bielsa le exclamaba: “¡Chupete!: ¡¡ahí, siempre ahí!!”. Suazo no tenía intenciones de ir a otra parte, “la que me llegue va al arco”, pensaba. Y así ocurrió.
La línea de defensores chilenos se apostaba en media cancha, imprimiendo personalidad hasta el último resquicio de partido. Ya no quedaba nada, apenas los últimos segundos raspados. ¡La última jugada! Medel atravesó tres cuartos con la pelota dominada y sin tentarse al pelotazo, jugó al pie para Alexis; el tocopillano, leyendo una pared, tocó para Suazo y corrió a buscar la hipotética devolución; la marca se fue con Alexis, mientras tanto Suazo, desde la media luna, tuvo su segundo, el ahora del nueve, y plantó el riflazo cruzado… el estruendo vecinal no tuvo matices: era gol de Chile, era golazo del Chupete. #BB
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