En un artículo que tituló “El poder de la conversación”, Adolfo Castañón escribió que “Un libro es una cita, una conversación, un libro lleva a otro: precisamente por eso en cada uno están presentes y ausentes los demás”. Aunque muchos se ofendan con la comparación, creo que se podría utilizar el mismo argumento para hacer una – no absoluta – definición del futbolista.
El futbolista puede ser una cita, una conversación. El futbolista detona conversaciones en las que siempre aparecen las malditas comparaciones con otros futbolistas. El futbolista existe cuando se le empieza a comparar con alguien más. Cuando su comparación promete un futuro similar al presente del ídolo actual. Las comparaciones aparecen o a veces en eso se basan las conversaciones, una de las cosas más bonitas que tiene el futbol.
Recuerdo una conversación con dos de mis hermanos y un amigo en la que nos pasamos toda una noche exponiendo y argumentando nuestro mejor “11” de la historia, mientras bebíamos ron. Toda decisión tenía que estar bien argumentada y como era esperado, tenía que aguantar los embates de los demás que podían causar inseguridad y la inseguridad arrepentimientos. La finalidad no era llegar a un acuerdo o que alguien resultara ganador, nuestras decisiones para integrar a cualquier jugador era un argumento inocuo sin mayor trascendencia que la continua extensión de la conversación.
Como aficionado, una de las cosas que me gusta más del futbol es la estela que deja, su capacidad de forjar historias que se convierten en conversaciones, debates. Y no me refiero a esos debates que se ven en la televisión o se escuchan en la radio. Me refiero a las pláticas que espontáneamente se detonan en la oficina, en el café o en los bares. Pero me temo, por lo que percibo, que mientras se incrementan las conversaciones más se banalizan. Y esto puede ser causado por las historias que se cuentan en la prensa deportiva, cada día más virales y más triviales.
Y tal vez las historias que se cuentan son triviales porque las cosas que se cubren lo son. Y tal vez se siguen contando porque a la gran mayoría de los aficionados les gusta, consumen esas historias. Y para mí, los premios como el Balón de Oro o ahora The Best son eventos – noticias – que me parecen absurdos. Por el tema deportivo ya lo he escrito: no concibo al futbol como un deporte tan absoluto para nombrar a un jugador “el mejor” del año.
Los cuatro premios más importantes que se entregaron el día de hoy en la ceremonia organizada por la FIFA fueron: mejor jugador, mejor jugadora, mejor entrenador de futbol masculino y mejor entrenador de futbol femenino. A los ganadores los elige “un comité internacional” conformado por los entrenadores actuales de las selecciones, los capitanes actuales de las selecciones, un periodista “que represente a cada selección” y los aficionados de todo el mundo registrados en FIFA.com.
En la página de la FIFA se puede observar cuáles fueron los votos de cada entrenador, jugador y periodista; los porcentajes definitivos y todas las reglas que rigen estos premios. Para el mejor “11” – que lo eligen “futbolistas profesionales de todo el mundo” – sólo se podrá encontrar las reglas de adjudicación, no el desglose de los votos.
Tomando en cuenta que para designar a los nominados y a los ganadores se realiza un ejercicio parecido al que realizamos mis hermanos, nuestro amigo y yo en aquella borrachera, lo que me interesaría más que saber quien gana son los argumentos de los capitanes, entrenadores, periodistas y aficionados en los que se basan para emitir sus votaciones. Eso enriquecería el debate público y privado. Pero lamentablemente, por ahora, tendremos que vivir con la superficialidad del ganador. Porque nada vende más, a costa de lo sustancial.
GIPHY App Key not set. Please check settings