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La plaza de mi infancia

Por: Leonardo Romero

Cuentos de fútbol para chicos y no tan chicos.

Hoy volví a la plaza del barrio. Esas cosas que surgen en el momento, de puro instinto. Yo había pasado por la casa de mis padres para si todo estaba bien. Como la casa está sola, siempre uno tiene el miedo que entre un intruso, un okupa (como se dice acá en Argentina). Pero estaba todo en orden. Cada objeto en su lugar, con más polvillo, pero en intactos. 

Puse la alarma y cuando cerré la puerta me quedé pensando con la llave todavía puesta en la ranura. Un impulso, algo dentro de mí hizo que yo agarre el auto y me dirija a la plaza del barrio. 

Estacioné pegado al cordón y bajé del auto. Me paré en medio de la vereda con los brazos en jarra y haciendo un paneo general. Me gustaba ver la plaza igual que siempre, Bah, mejor que antes. Más colorido y con su calesita nueva. Tuve que correrme para dejar pasar a una pareja que estaba trotando alrededor de la plaza. Y ahí se me vino la imagen del viejo, cuando lo acompañaba a caminar. Cuando todavía podía. 

Entonces decidí caminar alrededor de la plaza. Con pasos cortos y pausados miraba hacia adentro y los recuerdos venían solos. A la plaza la veía igual que siempre porque realmente su esencia no cambió en nada. La gente le seguía dando el mismo uso. Chicos jugando al fútbol en el playón y en todo el espacio verde de la plaza. Parejitas melosas acostadas en el pasto o grupos de amigos aplaudiendo al que estaba cantando con la guitarra una canción que no alcancé a escuchar. 

Me quedé mirando el sector donde estaban los juegos: el subibaja, el tobogán, la hamaca y el pasamanos. Este último, al tener la forma parecida, se utilizaba como arco para jugar al “veinticinco” o al “metegol entra”. El primero se jugaba (al menos nosotros, porque cada uno lo adaptaba a su gusto) en parejas, tocando una sola vez la pelota salvo que el jugador mantenga el balón en el aire haciendo jueguitos. Los goles de chilena y rabona valían 10 puntos, los de caño (túnel) 15 puntos y el resto 5. El arquero tenía la posibilidad de “quemar” a uno de los jugadores para que este entre al arco. El juego se terminaba cuando se llegaban a anotar los 25 puntos y se reanudaba hasta que los participantes lo decidían.  

El metegol entra se jugaba con dos o más jugadores y el que metía el gol, entraba al arco. Esto llevaba a que los arqueros se dejaran meter goles para salir del arco. A diferencia del veinticinco, la pelota se podía tocar más de una vez y no tenía un puntaje límite.

En el playón se jugaba “partidos con arco chico” porque tenía dos bancos que los aprovechábamos para usarlos de arcos. Era como un partido clásico de Futsal pero sin arquero. 

En la plaza vi también máquinas de ejercicios con gente al costado esperando su turno para usarlas. Máquinas para trabajar las piernas, los brazos y la coordinación del cuerpo. Personas corriendo, haciendo gimnasia, novios o amigos disfrutando del cesped y chicos jugando al fútbol. Un club al aire libre. Siempre lo fue. 

Me froté los ojos con los dedos índice y pulgar de la mano derecha para secarme la conmoción del momento y subí al auto. Puse el motor en marcha y dejé la plaza de mi infancia atrás para escribir este texto de nostalgia feliz y compartirlo con ustedes.  

Por: Leonardo Romero

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